A fuego lento

A la espera del crepitar, al contacto del solido y el líquido, con la temperatura justa que cada cuerpo necesita para ser cocinado.

Ensimismada, a la espera del momento justo en que el aceite envuelva a su víctima y la cubra con el burbujeo peligroso, en el que ya no hay vuelta atrás. En mis pensamientos deseo pasar mis dedos por la superficie sedosa, saber si ya está listo. La espera me mata, no da pistas, si te adelantas te vas al fondo, si te atrasas, te abrasará antes del punto justo.

Dentro de mí, conmigo misma, agarrando la sartén por el mango, me pierdo en un mundo de olores que acarician mis sentidos. Un aroma conocido se interpone al resto y mi piel se pone en guardia cuando rodea mi cuello. El vello erizado en mi nuca me dice que tus ojos me están mirando. Tu perfume busca el camino del canal de tus desmayos y se relame deteniéndose en tan delicioso hallazgo . Sin llegar al empacho, emprende su marcha a sabiendas, que el postre le espera abajo, buscando la fruta prohibida, que a su espera está madurando.

Ya mi cuerpo de ti impregnado, ya tu olor en mi pegado, ya el óleo que me enloquece me ha atrapado sin descanso. Sediento por el trecho recorrido, en busca del oasis prohibido atajas por el ombligo. Hambriento tras el ayuno, te adentras entre mis labios, devorando el néctar que emana de mis entrañas sin descanso.

Siento que me quemo entre tus labios de acero, apártame del fuego o tendrás que recoger mis cenizas por el suelo. Cuajada en gemidos que anuncian que estoy ardiendo, crujiente en latidos, tierna en sollozos, deshecha entre tus manos que avivan la llama que me está matando.

El metal incandescente se interpone entre nosotros, solo me queda el aliento de mi terreno arrasado, mi carne carbonizada y mi cuerpo ya apagado.

Difuminado tu olor entre la niebla de hollín que el pasado nos ha dejado.

Tarde, llego tarde, el aceite está humeando, en que estaría esta pensando, le dice la sartén al cazo.