Arraigo de amor silenciado

Tiempo indefinido que terminará en el mismo instante en el que vuelva a abrirse la puerta. No hay arena en mi reloj, solo la espera.

Piensa, joder, piensa. No cuentes, concéntrate en cambiar palabras por golpes. Me tienen, lo saben. Mi punto débil es el dolor. Imbécil, soy un imbécil. Les di la clave cuando acercaron un cigarro a mis ojos y estos reflejaron el terror. Mis brazos entumecidos. Temblorosos mis labios, incapaces de articular mi inocencia.

Él, fue él, el que dio el primer paso. Mi castigo fue cambiar su amistad por besos.

Por él estoy aquí, por él guardo silencio. Con él me tiré al vacío y hoy llegando al suelo, es él quien su cigarro ha apagado en mis labios sellados.

El eco de mis gritos al sentirme desmembrado, me mantiene en un puto bucle, viendo mis dedos caer a cámara lenta.

Pastor, soy pastor como mi padre, como mi abuelo. Generaciones buscando pastos, sabiendo de olores y contando estrellas. La soledad era mi casa, las ovejas mi refugio y la luna mi compañera.

Él invadió el valle que en mi pecho dormía y la lluvia de sus caricias hizo que nuestro amor creciera. Su uniforme se hacía invisible y caía al tiempo que mi chaleco, cuando me buscaba a escondidas por el monte.

Hoy al ponerse frente a mí, solo veo sus insignias y sus ojos buscando los míos suplicando perdón, pidiendo silencio. Él ejecuta y yo pago la penitencia por los dos. Mi dolor terminará esta noche y su culpa le sumirá en un limbo de por vida.

Decide, coño, decide. Saca los recuerdos de ti. Estás aquí y ahora. El pasado está muerto y no va a sacarte del agujero. Piensa que quieres, joder, piensa de qué serviría arrastrarle. El final será el mismo pero juntos. Sí, eso es, lo tengo… No, no soy yo quien tengo que decidir. Fue él el que eligió el cómo, el cuándo, el porqué. Él el que se casó y tuvo hijos. Yo siempre en silencio, a su espera. Yo el juguete de sus desahogos, su verdad más interna. Sí…Hoy no voy a darle la vuelta. Seguiré siendo yo mismo. Que decida él, y yo como siempre, me tragaré el dolor y en mi pecho baldío guardaré sus lágrimas, sus quejidos y lamentos; el amor que nos tuvimos y el silencio que me pide entre los golpes recibidos.

Respira, todo ha terminado. No más vueltas, ni más peros. Relaja, trae a ti la suavidad de la lana escurriendo entre las dedos, el rocío en la mañana humedeciendo tu cuerpo; el calor de la leche recién ordeñada rebasando tus labios sedientos y dejando que baje por el cuello para sentir su calor. Vuelve al inicio, donde solo con sentirle dentro, mi mundo invadía el suyo y no necesitábamos más.

Pisadas, viene solo, es él. El pesar de sus pasos lo delata.

—Sal, eres libre.

—¿Libre de qué?

—Libre de mí, del dolor y los golpes.

—¿Serás tú quién me libere?

—Quién sino, yo fue el que te trajo hasta aquí.

—Vinimos juntos, no lo olvides.

Noche oscura, que ni estrellas ni luna me regala, para alumbrar mi camino. Mis piernas paralizadas, su aliento en mi espalda.

—Camina, joder, que vamos a alertar a todos y no podremos hacer esto solos.

—Mírame por ultima vez.

—Si te miro no podré dejarte libre, avanza por favor…

Las voces del interior aceleran mi paso. Un chasquido y una milésima de segundo en la que tomo por una vez la iniciativa. Me giro y su amor me atraviesa el pecho.

Mis rodillas golpean el suelo. Las suyas caen también al compás. Todos tras de él observan la escena en silencio. Él mi mira, yo le miro, y en mi último suspiro la pistola entra en su boca. Un disparo y libres caemos a un tiempo.

Después de todo, el silencio. Por lo que callaron, los que murieron libres de pensamiento. Por los que lucharon por amor, los que no se dejaron vencer en la adversidad del dolor. Por los que fueron en paz consigo mismos.