Nadie pierde lo que nunca ha tenido

Me cago en el Jingle Bells de los cojones, martilleando sin parar en mi cerebro; sonríe niña, que es tiempo de perdón y de alegría.

La pestilencia del desfase, que no de fiesta, si no de olvido. Tratar de pasar estos días de puntillas y no escuchar sermones de lo que debes hacer y no puedes, de lo que tienes y te han quitado por inconsciente, de que puedes recuperarlo si quieres.

Huele a muerto en mi cama. Si me hubiera tragado el vomito de la culpa por tenerles lejos, quizás no me hubiera despertado y no tendría que ducharme, ni enfrentarme a sus ojos suplicantes, pidiéndome que les traiga a mi lado.

Debes, debes, debes. Siempre en números rojos, debiendo besos y abrazos, acumulando tardes sin hacer los deberes, restando cenas, sumando desayunos sin nada que darles.

El frío me nubla la vista y todas las calles son iguales. Cómo llego hasta la iglesia; calle estrecha a la izquierda, una plaza de colores ocres, ahora a la derecha, o quizás de frente… los restos de las noches de olvido son todavía patentes, me mareo, y a mi boca vuelven restos amargos de lo que mi cuerpo no quiere.

Desandando mis pasos y volviendo a empezar, llego a la puerta donde los regalos de mis niños esperan impacientes. Tras la llamada el silencio, una segunda y espero, a la tercera se abre despacio, y unos ojos desconcertados, me preguntan que estoy pidiendo. Con la mirada en el suelo reclamo lo que me prometieron. Una voz entrecortada sustituye al villancico diciéndome que es tarde. Tarde, contra mis sienes, tarde contra mi pecho. Tarde para qué, me pregunto, para recuperar el aliento, desear que estén conmigo. Tarde para vivir con ellos, tarde para morir sintiendo que lo tengo todo perdido.

Nada, no queda nada, me dice susurrando, ya todo está repartido.

Sin nada que darles, ni en lo material, ni en lo humano, deshago el camino andado, volviendo sobre mis pasos.

Busco en mi bolso revolviendo entre la mierda, sin saber si quiero encontrar la dirección que me lleve hasta ellos. Salteando desahucios y recibos devueltos voy tragando pastillas que encuentro entre los rincones. En ellas encuentro los cojones para volcar mi vida en el suelo y en mayúsculas sobresale Gran Vía 14, el 25 a las doce.

Del camino solo recuerdo los ojos que me miran y se van apartando cuando paso; algunos se paran sin acercarse, otros con miedo de reojo, muchos se hacen los locos, pero todos siguen su marcha, intentando que no les roce, el mal que llevo arrastrando.

El silencio deseado, ahora me come por dentro. Silencio de una sala vacía rebotando en el espacio. Unos pasos que se acercan, se entremezclan con los latidos de mi respirar entrecortado.

Nadie, me dice, nadie queda aquí esperando.

Arrugado el papel entre mis manos, leo en alto. El 25 a las doce.

El 25 lo pasaron entero, en estas sillas sentados.

Bailo sobre mis pies, girando sobre mí misma y la habitación me acompaña, con las paredes dando vueltas.

Hoy, ayer, mañana, aquí y ahora. Tiempo y espacio estallando en mi conciencia. Quién me robó el 25, como pasó sin sentirlo, porque se me pasan los días sin saber en que día vivo.

Me resisto a su mano en mi espalda, invitándome a la salida, mas las ganas de luchar hace tiempo que se fueron. Un adiós sin palabras con el ruido de un portazo y los peldaños acogen mis huesos desencajados.

En la mezcolanza de la saliva y las pastillas que voy tragando, a cámara lenta comienza a pasar mi vida. El ritmo se acelera mientras mi mano se ralentiza. La niñez me dibuja una sonrisa, la adolescencia me incomoda, las lágrimas me brotan al verles nacer de nuevo y su pérdida me hace perder el aliento. Absorta en la cuenta atrás, el último respirar solo me deja palabras que en mi legado dejo.

Deseos, nada, tienes, nadie, espera, tarde, todo, perdido, hoy, conciencia, día, camino, encontrar, salida.