Promesas trenzadas en veinticuatro horas

Mi hombro dispuesto a devorar las veinticuatro horas que el tesón de mi insistencia consiguieron.

Los primeros rayos iluminan el muro casi interminable de Dña. Marta y el piloto rojo de mi cámara lo atrapa silencioso, porque ni los pájaros se atreven a atravesarlo.

Recorro la pared de piedra sin perder nunca su contacto.

Casi puedo sentir el bosque salvaje del otro lado gritando, pero el olor a podrido de la basura acumulada en la favela, se me ha pegado a la piel taponándome los poros y es imposible borrarlo.

Noto en mi espalda los primeros latidos de la mañana. Me despido de la muralla. Es solo un hasta luego.

Compruebo que el rec sigue en marcha.

Mi mano firme fuerza a un codo tembloroso. Giro 180º sobre mis pies.

Plano fijo sobre viviendas desvencijas.

Mi cuerpo entumecido.

La secuencia cobra vida con los ojos interrogantes que de a poco se van colando en la escena y amontonados unos sobre otros me hacen retroceder para tomar perspectiva.

Cojo aire abriendo plano, pues sus miradas me llenan de preguntas sin respuestas.

Sonrisas que corren descalzas con la mierda cubriendo sus piernas y la mugre recorriendo el pelo de la infancia olvidada en la favela de Dña. Marta.

Ya las tengo todas en mi retina guardadas. Tengo que avanzar o en ellas me quedaré por siempre atrapada.

Llego tarde a mi encuentro.

Mi pequeña se habrá despertado.

Prometí estar grabando cuando ella abriera sus ojos.

Captar todos sus movimientos. Los más sutiles. Los que por cotidianos pasan desapercibidos.

Juré dejar la cámara sobre la mesa, aunque eso me costase un suplicio, y hacerle una trenza de las de raíz con un lazo prendido.

Mi niña chica te he fallado. Teníamos veinticuatro horas y al pisar Dña. Marta en la penuria me he perdido.

Como un castillo de naipes se desmontaron mis promesas pues las pulsaciones me desviaron de mi destino.

Espera mi chiquitina, aún nos queda todo el día por delante.

No te muevas de la puerta que estoy solo a tres calles.

Corro para que el tiempo no me adelante. Corro faltándome el aire. Dudo de si el olor putrefacto traspasará la pantalla algún día, pues ahora mismo, ya ni la mierda huelo.

Una esquina más y estoy contigo.

Plano fijo hacia su puerta.

El pelo rizado suelto, pues el muro enmarañó el trenzado.

Hago zum sobre sus ojos que me buscan y me esperan.

Lentamente avanzamos para poder encontrarnos.

Ella me mira a través de la cámara, yo la observo por el objetivo.

Un metro nos separa, a un suspiro, nos paramos, a una mirada estamos, respiramos, una sonrisa nos regalamos.

Tres disparos cruzados sin saber de dónde vienen.

Fundido a negro. Stop. Silencio.

Mis brazos se vienen abajo.

Mi niña cae al suelo y nuestras veinticuatro horas se desangran por las aguas fecales de la favela de Dña. Marta.

Su muro se encargará de que se quede vagando allí por siempre.

94 comentarios en “Promesas trenzadas en veinticuatro horas

      1. Hija, la culpa es tuya, que me has dejado con un nudo en la garganta, artritis en los dedos, encogimiento en el alma y cerrazón de estómago.
        ¿O lo que devuelvan algo es una reclamación hacia mi persona? A éstas no respondo, que ya no estoy en garantía.

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      1. Los que se deberían controlar son los que levantan muros para que no veamos lo que está pasando….
        O los que así creen que se protegen…
        Hace tiempo recuerdo con orgullo cuando calló el de Berlín y el mundo entero lloró …
        Seguimos sin aprender nada

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  3. Margui, es una realidad tan latina y cotidiana como la vida misma, extraída de una consciencia fresca, hasta parece que si en vez de muros, existieran accidentes geográficos, sería un relato de mas de diez mil años, pero como Doña Marta, no se inmuta, ni se aterra da lo mismo viva que muerta, dolerá pero no es ella…gracias

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    1. Gracias a ti por dedicar a mi relato estas palabras.
      Soy de Madrid. Ni de cerca me asomo a Dña. Marta pero hace poco vi unos documentales de los muros y bueno el resto ya lo has leído.
      Siento que tú estás mucho más cerca de aquella tierra
      Un abrazo

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      1. Margui, aquí no sabes cuando te llega el yermo de fin de vida, es que si te digo que soy de Buenos Aires, enseguida lo sacas, pero somos tan arrogantes, que ahora vivimos en Ciudad Autónoma de Buenos Aires…igual si lo vieras en persona, como me toca, veras que te miran vivos de memoria o te ignoran mirando a la nada mismo, abrazo

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