Historia del llamarse o temor de que te llamen.

Me llamo Sara Yésica Barner y no quiero sentarme, porque si me siento sucumbiré y el sueño se hará conmigo.

Hace solo tres meses que abrí los ojos y me pusieron el nombre.

Sara, repetía sin cesar aquel hombre pareciendo que me conocía.

Dos niños, uno a cada lado de la cama, en silencio.

Me perdí en el blanco del techo, mientras las palabras iban saltando de médico en médico pidiendo más tiempo.

Mil veces me dijo su nombre, Román, Román Quiñones.

Fotos, recuerdos, alguna que otra canción que hasta el alba nos llevó bailando, relatando sin cesar sus recuerdos, para imprimirlos en mi cerebro.

Nada de lo que trajo hizo saltar la chispa.

Nadie más me reclamó. Nadie más dijo otro nombre.

Iba a salir de allí y tenía que decidirme siendo Sara Yésica o siendo nadie.

Demasiado grande el vacío que ante mí se descomponía y frente al miedo me refugié en lo desconocido. Sara.

En el espejo empañado escribo los números que se repiten en mi mente. Dígitos en hilera que no llegan a ninguna parte y una secuencia de imágenes que se repite constantemente.

Corro. El bosque se va cerrando y yo acelero el paso y con él mi aliento, que desaforado, lucha contra mis piernas para no perder el control de la carrera.

Ahogadas en mis sienes, las pulsaciones golpean. Más deprisa. Con la vista enturbiada. Velocidad infinita. La garganta se me cierra, y en el vacío, ya solo números recuerdo.

Cimenté sobre barro nuestra casa de mentira.

Sara no volvía a mí y yo miraba a Román y no encontraba nada con qué poder quererlo, desearlo.

Él tampoco insistió. La vuelta a casa fue fría. Todo el cariño mostrado en la clínica se tornó rutina, en cuanto Sara decidió que no había más nombres.

Los niños me llamaban mamá y me daban un beso de buenos días. Se iban a la escuela. Al volver me besaban de nuevo y en silencio se encerraban en su cuarto. Cenábamos los cuatro juntos intercambiando alguna frase.

Sonrisas que venían de visita y en ninguna podía confiar. Miradas vacías. Todas fingidas.

Pregunté a Román por mi familia y me dijo que estaba sola, que solo los tenía a ellos.

En el antes y el después me perdía una y otra vez dándole vueltas. No me encajaban las piezas de lo que me habían contado y de lo que yo percibía.

Sabía que alguien callaba algo y no atinaba hacia dónde mirar.

Román decidió trabajar en casa, justo cuando decidí huir. La llave siempre estaba echada. Salíamos juntos de casa y volvíamos a la par.

Qué sería de mí si me marcho. Sin saber qué ocurrió de cierto.

Nunca sería libre al completo. Sara se quedaría siempre esperando.

Anoche corría como alma que lleva el diablo porque este me seguía.

No miraba hacia atrás, mas sentía que no estaba sola.

No escuchaba sus pasos, pero sabía que lo tenia pegado a mi sombra.

Empecé a desfallecer, y en el desaliento, ya no discernía si era uno o cuántos.

Y ya en el suelo uno de ellos dijo mi nombre: Sara Yésica Barner.

Román me despertó y dijo ­­–Sara, estás soñando–.

Casi a la vez, casi en el mismo instante.

No sé cómo me llamo, no reconozco ni mi cara, ni mi cuerpo, ni mis manos. No puedo cerrar los ojos, pues si me duermo me atrapan y si me atrapan no sabré y el no saber me desespera.

Seguir corriendo hacia números sin sentido me sumerge en la locura.

No encuentro las respuestas, solo una voz conocida que entre los sueños se cuela.

No voy a salir de este baño.

Sara Yésica Barner, esta noche te quedas sola.

Me tumbo en la bañera cuchilla en mano. Secciono ambos antebrazos. Códigos de barras comienzan a pasar por mis retinas sin orden ni concierto. Nada brota de mis heridas, ni una gota de sangre. Poco a poco me apago.

Román entra teléfono en mano.

–Te dije que algo había salido mal desde el primer día. Habrá que reprogramarla.

 

96 comentarios en “Historia del llamarse o temor de que te llamen.

  1. Es que hay mucha Sara en este mundo, cada vez más, sumándose al sobrevivir sin saber vivir ni dónde se encuentran (incluso dentro de sus propias familias). Le has dado, princesa, que solo al leerte entre líneas se ve la pincelada de algo tremendamente cierto. 😉
    (De Ray Bradbury no tenemos nada, pero vamos, que no falta tanto para que ocurra).
    Besos, guapis, y perdón por la demora. La fiebre no me ha permitido el tiempo para releer, y yo si no releo y disuelvo más allá de las palabras, no me quedo conforme. Ja, cansina como pocassss.

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  2. Pingback: Historia del llamarse o temor de que te llamen. — marguimargui – Contando Historias de Vida

  3. Reflexionando en voz alta

    Llegará un día en que todxs seremos androides. Portando «de fábrica» un sin fin de programaciones que, como en el random de los aparatos de música, las alternará sin repetir cadencia.
    Y, las diferentes cuitas en nuestras relaciones llegarán al paroxismo del terror.

    Aunque… No es bien cierto que ya actúa así nuestro irreemplazable cerebro?

    Un gran escrito Marg. No hace falta que lo repita.

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