Hasta el cielo y más allá ¿me quieres?

—Avanza un paso, ha llegado el momento.

—No sé si estoy lista. Quizás deberíamos dejarlo.

—Estoy pegado a ti. A tu espalda. No voy a soltarte. El miedo no entra en nuestros planes.

Su mano me empuja suavemente hasta el borde sin yo oponer resistencia. Nunca he sabido negarme a sus deseos.

La valentía ha brillado por su ausencia a la largo de mi vida. He ido cumpliendo las expectativas de los que me rodeaban, haciéndome sentir útil, indispensable.

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Llámame puta sin hacerme culpable

Hoy no llevo bragas. Me las pongo cuando quiero y me las quito cuando me da la gana. No hay que traducirlo para que lo entiendas. Es un derecho universal, el que yo haga con mi cuerpo lo que me pida por las mañanas.

Quizás coja el metro y cuando descruce las piernas me mires. Puedes hacerlo. No hay ley que prohíba observar lo que ansias y como librepensadores que somos, puedes imaginar que me tienes en el sitio que deseas.

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Retazos de un amor sobreviviendo en las calles

Ve despertando, amor, que el día se consume, como un cigarro mal apagado.

La ducha espera. Voy entrando yo primero.

Qué tiempos en los que el vapor no empañaba nuestras vidas, en los que nos bañábamos juntos sin tener que salir corriendo.

¿Te acuerdas, mi vida? Cuándo nos fundimos por primera vez, cuerpo con cuerpo, sumergidos en la espuma, besándonos en cada rincón, buscando a ciegas, con nuestras manos, el placer hasta ahogarlo.

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Labios acallados que gritan en silencio

Ahora sé que la madera sobre la roca no gira, pero entonces, solo pensaba en ceñirme unas cintas de raso bien fuerte y dar vueltas de puntillas, para escapar sobre unas zapatillas que no tenía.

No hay más mundo que el que rozas bajo tus pies descalzos. A los cinco años, los sueños llegaban hasta donde las piedras formaban una gran mole en el horizonte.

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Detalles podridos que viven amontonados

Y digo yo, que una montaña de mierda repartida entre paredes, puede quedar hasta mona, aunque sea maloliente.

Siempre se dejan algo antes de que yo llegue. Detalles ínfimos, un olor, un resquicio al que asomarse, una grieta a la que agarrarse.

No escuchan lo que tienen delante, no se dejan llevar por la escena. Miran en una dimensión recogiendo pruebas, para que el horror no los atrape.

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Historia del llamarse o temor de que te llamen.

Me llamo Sara Yésica Barner y no quiero sentarme, porque si me siento sucumbiré y el sueño se hará conmigo.

Hace solo tres meses que abrí los ojos y me pusieron el nombre.

Sara, repetía sin cesar aquel hombre pareciendo que me conocía.

Dos niños, uno a cada lado de la cama, en silencio.

Me perdí en el blanco del techo, mientras las palabras iban saltando de médico en médico pidiendo más tiempo.

Mil veces me dijo su nombre, Román, Román Quiñones.

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