Mis pies no han vuelto a tocar la orilla desde aquel día en que la marea, sabedora de mis intenciones, se resistió bajando hasta límites insospechados, intentando llevarme de nuevo al lugar de donde había escapado.
Ni un respiro me dieron las olas, ni un segundo para coger aire desde que la patera volcó y todos caímos al agua.
La luna intentó ayudarme, zafándose de unas nubes que jugaban al escondite. Pedí ligármela para que todas salieran volando, pero no quisieron hacerme caso.